martes, 12 de marzo de 2024

¿Quien soñaba con conocer Chile?

Bueno, debo aceptar que, hasta hace unos 8 años, Chile era –para mí— el país de Los Prisioneros (la banda de rock, quiero decir) ... ¡y ya! Sin embargo, hace ese tiempo que empecé a conocer este interesante país. Si alguien me pregunta por turismo en Suramérica, sin duda diré: Chile.

La geografía de Chile

No hace falta ser un especialista en el tema: Chile es el país más largo del mundo. Es su perspectiva real, poniéndolo desde la punta norte de Colombia, Chile llegaría casi hasta terminar Paraguay. Aún mejor: poniéndolo desde la punta más septentrional de Noruega, el territorio chileno alcanza a tocar a Libia, en África. Esta peculiar característica del país lo hace dueño de una biodiversidad impresionante y de variopintos paisajes en toda su longitud.

Mientras el hermoso norte de Chile suele ser desértico, el sur es verde, florido, vibrante. Eso sí, tanto por sus glaciares como por el Océano Pacífico, las aguas de sus lagos, ríos y mares son siempre frías, con excepción de las regiones del norte más próximas al Perú. 

Cinco regiones comprenden el sur de Chile. Hoy me ocuparé de la zona sur, con la región de Los Ríos, y de la zona austral, con la región de Aysén.

Camino a Puerto Montt

De un viaje anterior, hecho con Daniel y Viviana, un par de amigos a los cuales quiero como mis hermanos, conocí Frutillar. La idea iniciar era llegar, en bus, hasta Puerto Montt e ir devolviéndome hacia Santiago, pero el plan falló porque el bus perdió demasiado tiempo en el viaje; Puerto Varas y Puerto Montt quedarían para otro viaje. Para esta nueva aventura, decidimos con Karen que tomaríamos a Puerto Montt como centro de operaciones. Las razones las daré más adelante, lo cual no quiere decir que sean las razones correctas.

La vida ha cambiado mucho después de la pandemia, y de esto da fe todo aquel que siga vivo. El turismo mundial, que se vio afectado fuertemente por los encierros forzados, tuvo un cambio importante también: el teletrabajo. Términos como ‘nómadas digitales’ o ‘gentrificación’ empezaron a aumentar el léxico de las empresas que se adaptaron a los fenómenos masivos que resultaron del COVID-19. Tanto mi esposa Karen, como yo, contamos con la suerte de estar en esas empresas que aprendieron algo de la pandemia y, afortunadamente, tenemos una modalidad totalmente Home Office, pudiendo así trabajar desde cualquier parte del mundo. Este era nuestro primer experimento, así que decidimos irnos dos semanas a Puerto Montt, a algún alojamiento cómodo que tuviera, sin excepción, un buen Internet. Mis padres, a sabiendas que serían 14 días de no mucho turismo, sin poner problema, decidieron acompañarnos.

Una mezcla interesante de aerolíneas tuvo presencia en el alocado plan de teletrabajo de Karen: Desde Santiago hasta Puerto Montt, y vuelta, con Sky; desde Puerto Montt hasta Coyhaique, con JetSmart, el regreso de Coyhaique a Puerto Montt en LATAM. Yo, que soy más conservador, y con cara de asombro ante la compilación de ideas de mi amada esposa, decidí tomar dos días de vacaciones en el medio del plan para poder salir con mis padres a conocer, y para poder tomar el vuelo de ida a Coyhaique sin presiones. Karen, que tiene un alma aventurera, decidió hacerlo todo sin pedir un solo día.

Salimos de Santiago un sábado, muy temprano, y muy temprano también llegamos a Puerto Montt. Tan solo mirando al horizonte se cuestiona uno si, en lugar de llamarse la Región de Los Ríos, debería llamarse la Región de Los Volcanes. Un hermoso cielo despejado dejó ver los volcanes Osorno y Calbuco, adornados por el lago Llanquihue, en un paisaje que no tiene precio.

Teniendo sábado y domingo disponibles, y sabiendo que mis padres iban a tener una semana con menos acción que una película de Marvel, decidí alquilar un auto en un stand del aeropuerto, con West. Un Suzuki Swift a $45 USD diarios fue suficiente. Lo sé, el precio está alto, pero no había nada más. 

El Airbnb que tomamos estaba en el sector de La Paloma. Lorena fue la anfitriona de un departamento bastante cómodo y ameno. Aquí dejo el enlace. Ni bien haber dejado las maletas, tomamos camino hacia Frutillar inmediatamente. Los paisajes son espectaculares y la ciudad ofrece un ambiente único. Frutillar hace parte de aquellas ciudades chilenas que desde 1845 fueron ocupadas por migrantes alemanes por la Ley de Inmigración Selectiva del presidente de la época, Manuel Bulnes. Sus construcciones y cultura gastronómica se identifican plenamente con el país teutón. El apfelkuchen y el apfelstrudel (kuchen y strudel de manzana, respectivamente) hacen parte de los postres que se podrán degustar en cada esquina. Por coincidencias de la vida, almorcé en el Club Alemán de Frutillar, donde ya había comido en mi primer visita a la ciudad, sin siquiera planearlo: mi mala memoria me impide hacerlo.

La espectacular vista del volcán Osorno desde el lago Petrohué, en Frutillar

Frutillar Bajo desde el Museo Colonial Alemán

Mostré a mis padres los alrededores del Frutillar Bajo que evocan a esas hermosas casas alpinas tradicionales que se ven en fotos antiguas y luego visitamos el Museo Colonial Alemán donde disfrutamos también de hermosas vistas de los volcanes y el lago. Llegadas las seis y treinta de la tarde, tomamos camino a Puerto Varas.

En esta hermosa ciudad, un poco más cosmopolita que Frutillar, se complicó un poco la movida. Pensamos que era una ciudad despierta, llena de sitios abiertos hasta tarde y con miles de opciones gastronómicas, pero nos sorprendimos al ver que casi todo estaba por cerrar, sin contar que varios de los sitios de famosas marcas de ropa, ya ni abiertos estaban. Estacioné al lado de un restaurante que ignoré completamente porque no quería hamburguesas, pero tras una infructuosa búsqueda de un buen sitio para comer que estuviera abierto, tuve que volver al restaurante. Tras mi cena de comida rápida, tomamos rumbo a Puerto Montt de nuevo, a descansar, porque el día siguiente iba a ser largo.

Los Saltos del Petrohué

Este resultó ser el primer viaje que he hecho en mi vida sin planear nada más que los vuelos y las estadías. Pisé tierras del sur chileno sin saber muy bien que hacer y, para ser sincero, el ajetreo de mi vida de los últimos meses no me permitió investigar qué quería conocer con mis padres. Mea culpa. El primer día improvisé con lo que ya conocía y lo que me faltó conocer sabiendo que estaba cerca, pero de regreso al departamento de Puerto Montt, me pregunté mentalmente: ¿y mañana qué hacemos?

Mi amadísima Karen consultó Internet y en cuestión de minutos me sugirió los Saltos del Petrohué. Llegados al departamento, abrí YouTube rápidamente, busqué videos de gente que las hubiera visitado, y grité ante la concurrencia: "mañana nos vamos a los Saltos del Petrohué".

El hermoso volcán Osorno lleva inactivo casi 190 años y el mismísimo Charles Darwin fue testigo de ello. Sin embargo, este estratovolcán tiene una actividad que parece datar de más de 200 mil años y sus erupciones han moldeado el paisaje chileno. Los saltos del Petrohué son una mezcla de vegetación de la selva valdiviana, piedras que resultan de la lava basáltica osornina –ya solidificada— y que dan forma a las cascadas, y un agua azul que debe su hermoso color a los minerales que bajan con el preciado líquido desde los glaciares. Tras un viaje de apenas una hora y unos minutos más, llegamos en nuestro auto de alquiler al hermoso parque nacional Vicente Pérez Rosales. Tras cruzar la puerta de la entrada, y justo a mano izquierda, sin que el afán nos hablara al oído, desayunamos un buen café con unas muy deliciosas empanadas muy rellenas de queso. Totalmente recomendable tanto el sitio, por la amabilidad de sus dueñas, como por la calidad de sus productos. 

Ahora mismo, me parece recordar que pagamos $7.000 CLP por Karen y por mi, mientras mis padres fueron liberados del pago. El valor que se paga está muy bien invertido: las instalaciones eran hermosas, un sitio bien señalizado y, sobre todo, muy bien cuidado. Tras entrar, tomamos la ruta de los saltos y comenzó el festival de las fotos. Los paisajes eran invaluables. La mejor cámara fotográfica no le hace honor a los que los ojos ven.



Mis papás se divirtieron como niños. Yo estaba feliz en compañía de Karen y de ellos. Los paisajes eran de ensueño. Los lentes de nuestros teléfonos móviles tuvieron más trabajo que nunca. Me dolió profundamente no haber llevado mi buena amiga, la cámara fotográfica Canon 60D, por aquellas miserables costumbres de las aerolíneas de ahora definir que cualquier paquete fuera de la mochila típica es otro equipaje adicional. Una caminata de 20 minutos, de acuerdo con la señalización del parque, se convirtió en casi una hora de disfrutar vistas inolvidables. Al regreso a la salida, tomamos la ruta de Los Enamorados: un sendero de selva valdiviana y gigantes rocas de basalto que el inexorable paso del tiempo ha sembrado en la tierra y que dejan de lado las cristalinas aguas del rio Petrohué. Mi madre, quien estaba a punto de cumplir años, solo agradecía la experiencia y nos repetía "caminando es que me gustan los cumpleaños".

Una curiosa y deliciosa cerveza de murta

Antes de salir del parque, visitamos los locales de la entrada, que eran vecinos del sitio donde desayunamos. La curiosidad nos ganó y terminamos llevando mermeladas y cerveza de murta, las cuales recomiendo mucho. Luego de la increible experiencia, nos dirigimos a Puerto Varas, para darle una segunda oportunidad: un almuerzo que se convirtió en cena y un feliz regreso a casa cerraron con broche de oro el primero de los tres fines de semana que pasariamos en el sur de Chile. Era hora de descansar lo suficiente para comenzar la semana laboral devolviendo el auto, empezando a usar el transporte público en Puerto Montt y conectándose a las primeras reuniones del día, pero, por ahora, dejémoslo por aquí.






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